Pintar al óleo puede ser una experiencia alucinante.
Sólo después de un tiempo de resistencia, me fui acercando a este material
tan suave y gentil para expresar los sentimientos.
Pintar al óleo es siempre una experiencia generosa.
Permite infinidad de posibilidades en la búsqueda de los objetivos.
Sin importar si la elección fue correcta, capa sobre capa va enriqueciendo
el resultado pictórico que se refleja y se acepta en la intimidad.
¡Cuánta nobleza! ¡Qué ductilidad!
Pintar al óleo lo permite todo: anular el blanco inmaculado de la tela
o simplemente velarlo, dejando pasar su luz; ser generoso en el empaste
o en la chorreada incontenible del aceite y trementina; dejar la impronta expresiva de un instante o abandonarse al placer de las caricias del pincel.
Pintar al óleo se acomoda al trazo fino y se explaya gratamente en la vastedad de alguna pinceleta; recorre el lienzo montado en “cucharadas” o se desliza finamente bajo la esfumación digital.
Se expresa en contenidos de luces y de sombras; a veces con un suave pasaje monocromo o en el impacto visual de algún contraste; obediente en un esquema prefijado o irreverente ante la libertad del pulso humano.
Desde la suavidad del plano, asciende a la rugosidad de las texturas aportando efectos, accidentes no buscados y el regalo de sus dones escondidos.
Pincelada tras pincelada, el pintar al óleo va creando un mar de tramas donde yace el misterio que esconde el alma.
Y al terminar la jornada, nos muestra la paleta cara al cielo transformada, por sí misma, en Obra de Arte.
Melina Litauer
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