El alba resplandece en tu horizonte de agua.
Un enjambre de caminos se descalza en tus verdes silenciosos, donde asoman personajes de estática belleza.
Desde la profundidad de tus entrañas, miles de torres emergen hacia el cielo conviviendo con antiguos balcones, gentiles campanarios y cúpulas preñadas de arte y de poesía.
Por dentro y por fuera, tus venas te recorren distribuyendo el fluido de la vida. Vida que ama, sufre, sueña, proyecta, crece.
Predominan tus techos amarillos, sonidos estridentes, febriles pasos a un compás fuera de tiempo, andares despojados de sentido, soledad y abandono en los umbrales, inquietantes olores atrapados entre los fríos grises del cemento.
Lejos del corazón amenazado, se purifica tu sangre en el silencio y en los perfumes de los barrios que atesoran tus recuerdos.
Es tarde. Se enciende la costa. Eres el Faro del Este que recibe las olas de otros mundos.
A tus espaldas, te conviertes en Diamante Nocturno.
Tus mensajes luminosos parpadean.
Tus calles son vidrieras de la vida que exhiben por igual penas y risas.
En todo café, hay un aroma que aguarda; en cada esquina, un bandoneón que solloza.
Y un tango apasionado me relata una historia de añoranzas, de pérdidas, de dicha juvenil, de viejos tiempos que se han ido para no volver, de sueños marchitos, de amores y engaños, de tiernas promesas, dolor y locura, de una pena que se ahoga en el alcohol.
Silencio en la noche, ya todo está en calma, pero el músculo no duerme.
Hay una pluma que crea; un pincel que se expresa; se levanta un telón al son del 2×4 y en algún sitio escondido, “un pensamiento triste que se baila”, te acaricia con los pies.
Melina Litauer (Julio 2006)
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