Crear un mandala siempre me produce “sorpresa”.
Ante todo me conecto con la necesidad de resolver algo, de agradecer, de homenajear, etc. y en lo interno, se produce una respuesta con forma de imagen insistente.
Dar rienda suelta a mi creatividad hace que se liberen los contenidos que se han asociado.
Cuando pinto, me gusta dejarme ser sin pensar en lo que estoy haciendo.
Confío en que la intuición me dirá lo que necesito saber o recordar.
El giro permanente de la tela me hace sentir la totalidad del espacio, donde se borran el arriba y abajo, derecha e izquierda y otras cuestiones duales.
Empiezo a sentir que un ámbito envolvente me atrapa haciéndome parte de él.
Casi al estar terminando, el alma empieza a regocijarse con lo visual y a proporcionar datos, emociones, sentimientos.
Llega el tiempo de la contemplación con todas sus sugerencias y el reconocimiento de aspectos internos con los que trabajar.
Por último, mi mente conceptualiza lo vivido y queda “sorprendida” por “el mensaje” recibido, que es siempre trascendente.
El que corresponde a este mandala es: “La tierra está contenida por un gran abrazo de Sabiduría”.
Melina Litauer (2006)
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